La Muerte de Dios





“LA MUERTE DE DIOS”


Una de las ideas básicas de Nietzsche para anunciar “La Muerte de Dios” es la del hombre creador del valor. El hombre necesita darle un sentido personal a la vida y, para eso, crea el valor, fue él, quien para sobrevivir otorgó valor  a las cosas, por lo tanto, el hombre es el que valora, el que “evalúa”, es decir, el que crea. Nietzsche se ve en la obligación de preguntarse cómo ha funcionado hasta ahora esa actitud evaluadora del hombre.

Sobre lo anterior, Nietzsche piensa que el hombre ha comprendido la vida (lo que hay, el mundo, el ser en su conjunto) a la luz de un sentido objetivo y trascendente, esta concepción se orienta a en Platón, en el cual, para comprender el mundo sensible, el mundo de la experiencia física, hay que suponer cierto orden de realidad: el mundo metafísico, un hilimorfismo que conecta ambas “realidades”. Desde Platón, toda la cultura occidental se basa en la consideración de una “norma” de un concepto de verdad (el bien); esto quiere decir, que le mundo occidental se basa en la metafísica platónica, la cual ha sido la norma verdadera, que al descansar en la nada (el mundo de las ideas-el mundo inteligible) se vale únicamente en sí misma. Toda la filosofía occidental hasta Kant –ahora diría yo, hasta nuestros días-, se moverá en adelante en el horizonte de esta concepción metafísica de la realidad platónica,  donde el problema del ser y del valor permanecerá unido al de Dios.


Contrario a la concepción platónica de la realidad, Nietzsche considera dicha comprensión como la gran mentira que hay que desenmascarar. Entonces. Al revelar la gran falacia, ¿no estamos obligados nosotros a convertirnos en dioses? No hubo nunca en el mundo un acto más grande y al mismo tiempo, tan distante como la más lejana estrella, aunque se haya hecho, es una especie de advertencia que hace Nietzsche en el fragmento 125 de su “Gaya Ciencia”, donde apela a unos ateos de se burlan de un insensato, el cual sale a la plaza publica en plena luz de medio día con una lámpara buscando a Dios, el insensato, una vez es burlado, se vuelve hacia los ateos y les dice –parafraseando- ¿sabéis donde se fue Dios? Ha muerto, lo hemos matado vosotros y yo, ustedes y yo somos sus asesinos, a lo que los ateos se sorprenden, no podían asimilar la idea de que ellos habían matado a Dios; pero ¿qué significa ese fragmento junto con la afirmación de que es el acto más grande pero más lejano aunque lo hayamos hecho? Lo que se denuncia, es que la inconsciencia que tenemos nosotros de la muerte de Dios, de que nosotros hemos matado a Dios, conduce a que su sombra se reproduzca en los hombres y desemboquen en la decadencia, que, para él es todo eso que se reproduce y se mantiene contaminando la vida. Al afirmar que Dios ha muerto lo que denuncia no es sólo el retraso normal de la toma de conciencia, sino una inconsciencia proveniente de la cobardía y de la indiferencia; la proyección de la sombra de Dios sobre los hombres evidencia la incapacidad que se tiene para desarraigarse de la antigua fe.

En “Así habló Zarathustra”, Nietzsche también expresa esa incapacidad y lo manifiesta con el viejo Papa que deja de creer en Dios, pero cuyo corazón sigue atrapado en el recuerdo de Dios, aunque ya no tenga fe, Dios lo sigue condicionando. Lo mismo ocurre con el asesino mismo de Dios, pese al crimen cometido, continúa viviendo en el universo de su victima. El asesino de Dios es un ateo por resentimiento, y en tanto siga atado a dicho resentimiento, jamás tendrá libertad.


Ese deicida representa para Nietzsche la náusea del hombre respecto de sí mismo. En tanto que el hombre conozca su naturaleza fragmentada y deforme, en tanto sufra de sí mismo y quiera apartarse de sí y trascender, tiene todavía cierta noción de grandeza. Sólo el hombre conforme de sí mismo, al que ningún acicate lo hostiga, ninguna esperanza, ninguna insuficiencia, es el hombre perdido, en ese sentido, el asesino de Dios es un hombre que posee cierto grado de superioridad, pero que sigue preso en su otrora doctrina.


La formula nietzscheana: “Dios ha muerto” es una proposición simbólica y de cierta forma trágica, ya que opera una síntesis entre el concepto de Dios y el hombre y su historia, su pasado y su futuro. Lo que ha muerto o está en trance de morir no es Dios en sí mismo, sino la fe del hombre en él. Dios vivió en la conciencia del hombre, ahora el hombre empieza a desterrarlo, por lo tanto, ya no es una fuerza operante y viva en la historia del hombre.


Nietzsche entiende la muerte de Dios como un acontecimiento histórico, como algo que le ha acontecido a los hombres en relación con Dios, este acontecimiento define la esencia de una época histórica: la nuestra. Vivir en una época donde Dios está en buena parte ausente, es lo que constituye el simbolismo de la parábola nietzscheana.


Pero en definitiva, ¿Qué dios ha muerto?

El Dios al que Nietzsche anuncia su muerte, es la fe en el Dios cristiano, pero también, el mundo metafísico, donde ese Dios tiene sus cimientos, su coronación. Lo que quiere decir, que la metafísica, el mundo occidental entendido desde Platón ha llegado a su fin, pero debo aclarar, que la metafísica no es solamente el ámbito histórico en el que se plantea la cuestión de Dios, sino, también y a la vez, la cuestión de la verdad, del valor, de la moralidad, de la libertad, del sentido de la razón o sinrazón de todo; todo esto quiere decir que, la Muerte de Dios, el hundimiento de la metafísica, implica la caída de todo lo que aquí tenia su residencia, su fundamentación, es decir, de todo el sistema de valores e ideales de la cultura occidental. Por lo tanto, la fórmula “Dios ha muerto” no es sólo una preposición del mundo ultrasensible, sino  que también de este mundo y debemos hacernos cargo precisamente de esta muerte en relación con el mundo presente.


La muerte de Dios se convierte en la máxima exigencia humana en el acto libertador y humanizador por excelencia, un acto que no tiene par y que muestra hasta el fondo lo que el hombre es. “el hombre no llega a ser plenamente hombre, hasta que empuña en sus manos el cuchillo deicida” (el hombre es sólo hombre cuando crea).


Con todo lo  anterior, podemos también distinguir tres motivos nietzscheanos de la “Muerte de Dios”:


MOTIVIO ÉTICO


La oposición a la moral para suprimirla, es posterior a la supresión de Dios, ya que Dios ha creado la moral como prejuicio: el bien y el mal son prejuicios de Dios. Esto quiere decir que el hombre que se sitúa más allá del bien y del mal, no quiere que exista Dios.


MOTIVO HUMANISTA


Nietzsche concibe al hombre como el creador del valor, debe ser el hombre que impone a voluntad su sentido sobre la cosas, y esa creatividad, trae consigo la exclusión de Dios, ante todo porque el hombre debe ser la medida de todas sus creaciones, Dios en cambio, desborda toda medida humana.

Ahora, el hecho de que el hombre sea el creador del valor, exige que Dios no exista, de lo contrario, “crear” y “hay” serian dos conceptos al mismo nivel contradictorios. Si hubiera dioses ¿Qué se podría crear? La muerte  de Dios que es la muerte de “hay”, es el nacimiento del “crear”


MOTIVO TEOLÓGICO


Es el rechazo de Dios por Dios mismo, es la lucha de Dios consigo mismo en el hombre. El hombre no quiere ser superado, ni siquiera por Dios mismo. Nietzsche sabe que el hombre jamás podrá convertirse en Dios, pero al menos puede llegar a ser un hombre nuevo, distinto a lo que había sido hasta ahora.

Hay –nos invita Nietzsche- que hacer de la Muerte de Dios un acontecimiento grandioso y una continúa victoria sobre nosotros mismos, ya que la libertad es la primera consecuencia de la muerte de Dios. 






A MANERA DE CONCLUSIÓN


En orden a una existencia feliz, sería mejor que Dios no hubiera muerto, por eso, aún, en cuanto a la negación de Dios hay en todo hombre un “demonio cobarde” a quien le gustaría juntar las manos o cruzarse de brazos y sentirse más cómodo y ese demonio cobarde susurre al oído “Dios existe”. El demonio tentador del ateo es pues creyente, causa de la falta de tierra; esa falta de tierra significa que el ateo ya no volverá a rezar, no volverá a adorar y no volverá a descansar en una confianza ilimitada (tu corazón ya no encontrará asilo en donde pueda descansar confiado sin necesidad de preguntar nada).


En el ateísmo voluntarioso y querencial de Nietzsche, Dios aparece  como rival del hombre y la fe como una fuga cobarde ante la TRÁGICA grandeza del vivir humano.


El ateísmo nietzscheano es todo lo contrario de una actitud fácil y confortable. Para eso, es necesario un esfuerzo sobrehumano, y acaso, por eso mismo, inhumano. 


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